Psicopatología de la Adolescencia – I

Lo primero que sobresale al acercarse a la adolescencia es el relevante desconocimiento que sucede en casi todo su devenir y acontecer vital. Es la gran desconocida del proceso de desarrollo del ser humano, al menos desde la perspectiva psicopatológica y psicosocial.

De hecho existe un problema de definición de esta etapa del desarrollo. Esta dificultad es tanto mayor cuanto que el observador (profesional de la salud, educadores) no se introduce en la propia organización estructural de esta fase del desarrollo. En general, se entiende por adolescencia una etapa que abarca desde los finales de la infancia hasta la futura adultez, englobando todas las incertidumbres connotativas del crecimiento emocional y social del ser humano. La adolescencia puede tener cualquier duración y la intensidad de los procesos que en ella acontecen es variable en todo su trayecto, pudiendo alcanzar hasta 10 años (desde que se inicia) en nuestras sociedades occidentales contemporáneas. Pero, sobre todo, hay que señalar que se trata de un proceso psicológico y psicosocial vinculado a la pubertad; por ser ésta su índole se trata de un proceso que varía de persona a persona, de familia a familia y de época histórica a época histórica, era, centuria o década en relación con la siguiente. Es una etapa que está sujeta a cambios y modificaciones continuos, llena de dinamismo, mutable en sí misma.

Una segunda característica está representada por el hecho que la adolescencia se constituye en el problema de los problemas. Si la diversidad es simplemente una característica previsible en los asuntos de la adolescencia, también representa una invitación para explorarlos. En efecto, la niña empieza a menstruar y el niño a eyacular, pero son cada niño y cada niña quienes asignan una significación psicológica a estos acontecimientos dramáticos (al menos en ocasiones para ellos/as) y que los adultos/as que los rodean (en ocasiones sólo son gente mayor, parafraseando a El Principito) reaccionan ante esos cambios en su condición de ser meramente fenómenos físicos. Tanto el niño/a como el adulto se esfuerzan por someter una genitalidad emergente a las normas sociales y al orden moral vigentes. La sexualidad y la moralidad maduran de una forma conjunta, todo lo demás se desarrolla a su alrededor. Se aparta al sujeto del mundo (supuestamente) asexuado de la infancia y se le inicia en la sexualidad y la responsabilidad moral adultas. La autorización para funcionar sexualmente como un sujeto adulto se otorga con la única condición de ser iniciado, simultáneamente, en el orden moral imperante.

Para abordar, de forma razonable y sensata, los problemas originados por las dos características enunciadas con anterioridad, es preciso que podamos ser más humildes y pasar, de nuevo, de la connotación a la simple denotación. Los adultos siempre intentamos adjetivar algo y a alguien, ponerlo un juicio moral, por eso frente al temor que podría despertarle la adolescencia que suele oscilar entre la negación lisa y llana (p.ej. mirar a otro lado, trivializar lo que sucede) y la identificación con el agresor adolescente (parecerse al objeto de temor p.e. asumir sus códigos de lenguaje, su forma de vestir, su música). Frente a estos procesos, pensamos que se precisa fundamentar los puntos de vista en «estudios profundos», aceptando que la adolescencia es un mero artefacto social que interactúa con las relaciones existentes entre el «invento» y las necesidades económicas de nuestras sociedades industriales y postindustriales, sobre todo occidentales. De esta suerte los adolescentes son dignos de elogio ya que evidencian las inquietantes discrepancias entre el objetivo manifiesto de proteger a los niños y niñas y la forma solapada en que los adultos imitan a Herodes.

Deja una respuesta